La primera cita con alguien es considerablemente importante para todos. Ya sea por el hecho de que conocemos por primera vez a una persona, o por el hecho de que vamos a pasar un rato singular con ella, en ocasiones los nervios juegan muy malas pasadas. Les preguntamos a varios visitantes de ContactosOnline.net y nos contaron sus experiencias:
Hace unos años mi colega me apañó una cita a ciegas con un muchacho que había tenido contacto por internet y al que ella consideraba un estupendo colega. Si bien me ponían un poquito nerviosa este género de citas accedí. Él me expresó que llevaría unos tejanos y una chaqueta blanca, y acordamos vernos en un céntrico bar de la ciudad. Cuando llegué allí y lo vi, lo primero que se me ocurrió fue acercarme y plantarle un par de besazos en las mejillas. Cuando vi acercarse desde el otro lado de la barra a otro muchacho con tejanos y chaqueta blanca que me expuso “¿eres Laura?”, ¡quise morirme! Menos mal que el muchacho al que besé se lo tomó con humor y no me tomó por pirada. (Laura, 37 años, Vitoria.)
El primer día que quedé para una cita con la que hoy es mi actual pareja, pasé a recogerla por su casa. Llamé al timbre y me abrió una chica, a la que amablemente me presenté y le pedí si podía avisarla. Cuando bajó al cabo de unos minutos y me preguntó de qué manera estaba , le dije: “¡Bien! aquí divertido con tu abuela, que me está contando tus batallitas de la infancia…” Me quedé de piedra cuando me dijo: “No es mi abuela, es mi madre…” Menos mal que mi suegra no volvió a charlar del asunto jamás más… (Kiko, 33 años, Tarragona)
La primera vez que quedé con Juan tras múltiples contactos por internet, quise estar guapísima para la cita. Pese a que no estoy demasiado acostumbrada a llevar esta clase de ropa, me puse una falda y unos taconazos de impresión. Cuando le vi esperándome, sentado en las escaleras del metro quise desplegar toda la artillería, incluidos unos andares propios de Naomi Campbell, pero mi inexperiencia en las “alturas” me jugó una muy muy mala pasada: tropecé con tal muy mala fortuna que acabé sentada en el suelo, con la falda levantada hasta donde no debería estarlo, y con media ciudad mirándome. En las siguientes citas Juan aún se reía de mí, pero al menos sirvió para romper el hielo. (Nani, 35 años, Madrid)
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